Una de mis mayores aficiones es sin duda la de visitar lugares abandonados, lugares que una vez albergaron vida, conocimientos olvidados, alegrías, llantos, emociones que quedaron grabadas para siempre en el recuerdo de alguna persona ... no se, este tipo de sitios me parecen fascinantes. Mi novia y algunos de mis amigos ya conocen esta extraña faceta mía y me dejan por inútil apestado, pero sucumbiendo siempre a mis deseos por explorar y sentir como propios aquellos sentimientos que una vez dejaron personas en su perezoso caminar por la vida. Como lo haremos tú, yo y el de más allá. Pasamos por los sitios como fugaces estrellas, como una luminiscencia que jamás será recordada ni evocada por nadie. Y aquí es donde entra la gente que, como yo, nos gusta recrearnos con el olvido de las cosas, imaginar el bullicio de la gente paseando por este tipo de sitios, viviendo. Imaginando los llantos y risas de los niños, los gritos de las mamás, ...
Así que me he dispuesto a compartir con vosotros este tipo de experiencias, las del abandono, la vejez, la bella suciedad que envuelve al silencio. Como en este caso pasó y pasará con muchas otras cosas que hoy nos son afines: el telecabina abandonado de Engolasters, en el país vecino de Andorra.
Cerrad los ojos y situaros en el año 1962 (abrid los ojos tíos, era un decir, que si no cómo váis a seguir leyendo?..), inauguración del único telecabina de todo el país que recorría la parroquia de Encamp para, tras 20 minutos (con un desnivel de 300 metros), llegar al lago de Engolasters, un lugar enclavado en la alta montaña andorrana coronado con un lago de ensueño. Dos personas frente a frente en un telecabina hecho con fibra de vidrio colgando a 300 metros del suelo ...
Abrid los ojos. Año 2012. El júbilo, la algarabía que inundaba de emociones aquel lugar mágico, punto de encuentro de familias que pasaban el día en el lago, niños que gritaban de emoción, abrigados con bufandas de lana ... desaparecieron hace ya más de 30 años, sucumbieron a la modernidad. Abrid bien los ojos, esto es lo que veréis.
La vegetación que crece incontrolada nos hace sentir que no somos más que el cáncer que inunda el planeta, si la raza humana desapareciera el mundo volvería a ser reconquistado por el resto de naturaleza que lucha hoy por sobrevivir. El lugar permanece en un estado ruinoso total, el hielo es el causante de que todo el revestimiento de piedra haya cedido (me imagino el estruendo en una gélida noche de invierno sin más testigo que los animales del bosque), en el techo un ecosistema entero se esfuerza por hundirlo irremediablemente. Entre tanto, en las entrañas del edificio la actividad permanece muda, tal y como sentenciaron en su momento los dueños del negocio. Evidentemente las inclemencias del tiempo y el paso de los años han hecho mella en el estado del edificio y también de los telecabinas (hay unos más enteros que otros), pero todos ellos conservan los vivos colores de la bandera andorrana, orgullosos de haber nacido, pero no desaparecido.
Es peligroso andar por la mayoría de ruinas, y más cuando (como en este caso) las vigas son de madera, pero en mi caso la osadía del que se queda maravillado ante este tipo de cosas puede más que cualquier cosa. Bajo los pies todo cruje, el corazón se acelera. Los recuerdos de terceros fluyen. ¿Quien se sentaría en ese telecabina que yace inerte en el suelo? ¿seguirá viva? ¿qué recuerdos guardará de su experiencia?
El edificio cuenta con una parte superior donde parte del suelo está hundido y donde quedan almacenadas todas las telecabinas. A algunas les faltan las puertas, a otras no, todas tiene los cristales rotos. Acerco mi mano a uno de esos objetos mágicos y veo que son de fibra de vidrio, ahora entiendo que no estén en proceso de oxidación. La madera cruje a cada paso bajo mis piés, podrida, avisándome como me han avisado muchas veces otros muchos edificios viejos. En la parte de abajo el caos reina en la más absoluta de las oscuridades (hasta que tus ojos se habitúan), alguien estuvo viviendo aquí una vez abandonado todo el recinto. Latas, botellas, improvisadas barbacoas, colchones viejos con sus somieres podridos y roídos por el óxido, etc... hasta un pequeño establo donde quizás antes hubiera las taquillas de los trabajadores.
Los recuerdos que no son propios siempre ceden a la improvisación, uno queda absorto en las maravillas de lo que pudo acontecer y obvia la realidad, profundizas en experiencias que no son tuyas, retrocedes en el tiempo e imaginas cada una de las cosas, analizas el porqué de todo y te dejas llevar por el ángel de la imaginación. Me encantan estos sitios. Son mágicos. Algo tan artificial, tan banal; realizado por personas que a lomos de mulos cargaban las vigas que soportarían la estructura del telecabina que ahora yace abandonado. El esfuerzo de cientos de hombres y mujeres que llevaron sus esfuerzos al límite para crear algo que hoy yace inerte en mitad del bosque mágico de Engolasters (joder, parezco Iker Jimenez...).
Y para que el recuerdo os embargue también a vosotros os invito a la nave del mister... oh wait! que me voy de tema... decía que para que os embargue un poco la nostalgia del pasado, del que disfrutaron nuestros abuelos os dejo esta imagen de cuando el telecabina de Engolasters empujaba con fuerza desde lo alto de uno de los paisajes más bellos de toda Andorra.
Y ahora, evocando todo lo que habéis leído, imaginad lo que pensaría esa persona que va en el telecabina número 3 del abandono de este lugar. El día que el techo de este edificio ceda a las inclemencias metereológicas, el recuerdo de toda una generación andorrana quedará como una mera anécdota más. Yo estuve en Engolasters con mis padres cuando tenía 10 años .... ahora ya no existe.
EDITO (a 06/12/2012)
En Illa Carlemany, centro comercial de Andorra La Vella, han querido rendir un sentido homenaje a este viejo Telecabina, exponiendo hasta final de temporada seis de las cestas que transportaron turistas desde 1963 hasta finales de los años 80 gracias a la buena disposición de los propietarios del telecabina, la familia Puigsubirà, que han cedido gratuitamente las cestas a dicho centro comercial.
Una genial iniciativa para recordar a la gente del país y turistas un poquito de su historia más reciente. Podéis ver muchas más fotos en este enlace de Facebook de dicho Centro Comercial andorrano, ¡os soprenderá!: Cistelles de l'antic telecabina d'Engolasters
EDITO (a 06/12/2012)
En Illa Carlemany, centro comercial de Andorra La Vella, han querido rendir un sentido homenaje a este viejo Telecabina, exponiendo hasta final de temporada seis de las cestas que transportaron turistas desde 1963 hasta finales de los años 80 gracias a la buena disposición de los propietarios del telecabina, la familia Puigsubirà, que han cedido gratuitamente las cestas a dicho centro comercial.
Una genial iniciativa para recordar a la gente del país y turistas un poquito de su historia más reciente. Podéis ver muchas más fotos en este enlace de Facebook de dicho Centro Comercial andorrano, ¡os soprenderá!: Cistelles de l'antic telecabina d'Engolasters